miércoles, 2 de diciembre de 2009

Willie Nile

Beautiful Wreck of the World es uno de los discos que han marcado un punto de inflexión en mi vida. Quizás no sea el mejor disco de su carrera (dejemos el honor para Streets of New York), a pesar de que contiene una de sus mejores canciones: On the Road To Calvary.



La primera vez que le vi en directo fue en la presentación de Beatiful Wreck of the World en fnac, por recomendación de Jorge Otero (Stormy Mondays), que le acompañaba a la guitarra en algunos temas. Nile era de esos artistas desconocidos a los que me iba acostumbrando, pero en su caso, ni siquiera vivía de la música: tenía un trabajo d 9 a 5, como cualquiera de nosotros, y eso le convertía en un auténtico rockero, uno de los nuestros.

¿Cómo definir a Willie Nile? Quizás como una cantautor de rock neoyorkino, o simplemente como un rockero neoyorkino, pero siempre con el gentilicio detrás, porque es uno de esos músicos íntimamente ligado al lugar donde reside, como lo son los Beach Boys a California, como Lynyrd Skynyrd al sur, como Van Morrison a Irlanda, como Pearl Jam a Seattle. Willie Nile es capaz de transportarnos a Nueva York, con sus rascacielos, su gente apresurada, sus alcantarillas humeantes..., el pulso de la capital de occidente.

Años más tarde, llegó el soberbio Streets of New York, que no es disco de canciones, sino de himnos. La canción que da título al disco es uno de los mejores homenajes a Nueva York que se han escrito jamás. Un disco con una atmósfra envolvente, un auténtico circo de rock´n´roll.



Hace no mucho se han recuperado los discos que grabó con Columbia antes de quedieran por terminado su contrato (qué injusta es la vida, ¿eh?), grabados durante los 80, donde ya estaba la semilla de lo que serían sus discos más recientes, de que es la carrera de un auténtico músico, de lo que hacen música porque es su pasión, de uno de los mejores músicos que hay en la actualidad, a pesar de que las grandes discográficas le dieran la espalda hace tiempo.

Ahora mismo estoy escuchando su último disco, House of a Thousand Guitars, colosal, lleno de canciones diractas que te golpean al ritmo de su Fender.

Y miro por la ventana y me sorprendo de no ver el Empire State, porque es lo que debería estar aquí. Así que seguiré pensando que estoy en Nueva York y esperando que anuncie una nueva gira para volver a vivir uno de sus incendiarios directos.